Búsqueda de atmósferas y espacios para la melancolía
Jacobo Zanella, editor en Gris Tormenta, habla sobre los libros y las lecturas que forman su «canon» más personal.

En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?
¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?
El enigma de la llegada, de Naipaul, y la serie Mi lucha, de Knausgård, tienen una voz que podría leer una y otra vez sin importar lo que me cuenten. Son voces de la memoria y la pérdida; atmósferas y espacios donde la melancolía puede habitar infinitamente, y yo me siento muy cómodo ahí. En el caso de Knausgård hago además una lectura del fracaso, no solo de un escritor, sino también (¿como metáfora?) de la literatura contemporánea. Hambre, de Knut Hamsun, y los escolios de Nicolás Gómez Dávila también son atmósferas, pero con un tono más intelectual: son dos críticas a la modernidad y a la vez ejemplos de una literatura que te invade el cuerpo y no te abandona —después de la lectura se recuerdan casi como procesos formativos. Creo que no hay día en que no piense en alguno de esos libros: como si se hubieran hecho parte de mis propios recuerdos y mi forma de ver. Son libros, además, en los que la trama no dice nada: si intentara reducirla a un párrafo breve parecerían libros sin ningún interés. Todo está en la forma como son narrados.
Quizá Lucy, de Jamaica Kincaid, tendría que estar también en esta lista, por la voz tan fuerte, casi agresiva, que no se extingue al cerrar el libro. Y los recuerdos perdidos que recoge Alexiévich, esas voces sin ninguna pretención excepto hacer evidente una cicatriz permanente de la memoria, una que todos llevamos a cuestas sin haberla contado todavía.

¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable; cómo se convierte en un clásico personal?
Por la voz, definitivamente. Cuando una voz te atrapa en las primeras páginas aparece un sentimiento que no se parece en absoluto a nada: sabes que estás leyendo algo —y de una manera— que nunca habías leído; que el texto te está haciendo sentir algo que te descoloca profundamente. Cuando encuentro esa voz es cuando me intereso de verdad en ese autor, en profundizar en él. Los que podría llamar «mis clásicos» vienen de lecturas así, de ese tipo de encuentros, no me interesa si es un autor canónico o no, antiguo o contemporáneo. Es un libro que parece hablarte a ti, dialogar con tus propias experiencias.
¿Cuál es el último que has descubierto?
Desde el año pasado he estado leyendo a Thomas Bernhard, y ha habido dos grandes hallazgos: Mis premios —que es un libro muy divertido (triste y cómico) que muestra su postura literaria ante la vida— y los relatos autobiográficos —que son cinco libros de memorias, sobre todo sus años de adolescencia y juventud, que hacen manifiesto lo absurdo y ridículo de la existencia y la cotidianidad. Me encuentro leyendo autores que mis amigos leyeron hace diez o veinte años, y no pueden creer que los esté leyendo por primera vez. A mí me parece que se leen muy bien a esta edad. Aunque hay otros que no leí a los veinte años, y ahora es imposible leerlos: creo que son libros que solo se pueden leer a esa edad temprana.
¿Cómo lees?
Leo un libro después de otro, sin mezclarlos. Es raro que lea dos cosas a la vez. Si un libro no me gusta después de algunas páginas, lo abandono sin pensarlo mucho. Solo cuando la forma es compleja o cuando las voces son muy distantes tengo más paciencia —cuando leí Billy Lynn’s Long Halftime Walk, de Ben Fountain, por ejemplo, estuve a punto de abandonarlo: no entendía nada, el idiolecto me era de verdad ajeno, pero después de unas veinte o treinta páginas me encontraba totalmente dentro del libro, comprendía todas las palabras que no había visto antes (?) y fue una de las mejores lecturas de ese año: la guerra como espectáculo.
Me gusta mucho que un libro o un autor que me gustó me lleve a otro libro: esas recomendaciones que no son recomendaciones son las mejores, pues se hace una línea de lectura muy orgánica que no pretende nada excepto explorar y seguir una curiosidad. Casi toda mi biblioteca está hecha así, de accidentes, y poco de amigos, novedades o academia.
Leo mucho ensayo: me cuesta trabajo deshacerme de cierta racionalidad, pero al final, cuando se trata de seleccionar un puñado de libros representativos, creo que seleccionaría pocos ensayos —o ninguno.
¿Qué género lees más?
Leo mucho ensayo: me cuesta trabajo deshacerme de cierta racionalidad, pero al final, cuando se trata de seleccionar un puñado de libros representativos, creo que seleccionaría pocos ensayos —o ninguno. Pero el otro género que me gusta mucho es memoria. Creo que en la memoria escuchamos la voz más cercana del autor (que a veces se esconde o maquilla en la novela). En la lectura de memorias hay dos personas frente a frente, el autor y el lector, con pocas o ninguna barrera de por medio; creo que en otros géneros hay «más personas» involucradas en la lectura y nunca se logra tanta intimidad.
¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?
Me gusta recorrer mi biblioteca como si fuera una librería y sorprenderme con libros que no he leído aun, que no recuerdo cómo llegué a ellos pero que sé que hubo emoción y necesidad de tenerlos cuando los compré, es decir, que están perfectamente escogidos para mí. Es una sensación como de estar en una librería en la que quieres comprar todo. Una coherencia en el azar que solo te habla a ti.
Sobre el orden de los títulos, nada especial: por género y orden alfabético. Creo que es práctico, pero es la única razón, aunque hay libros que siempre están mal colocados, pues podrían quedar en más de una sección. Hay muchos autores que se dispersan con esta clasificación, y no sé si eso me encanta: los libros de Perec, por ejemplo, están en cuatro lugares de la biblioteca —y a veces me gustaría tenerlos todos juntos. No me he animado a dedicarle un fin de semana o dos y reordenarla por completo como quisiera, porque creo que va a terminar en desastre: me gustaría agrupar los libros haciendo asociaciones, no por género o por autor, sino por conexiones en la voz o en la lectura (como tener distintas «bibliotecas» independientes, más pequeñas). Un gran problema de esta idea, para que esté bien hecha, es que tienes que haber leído casi todo, si no no funciona, y no conozco a nadie que haya leído toda su biblioteca, es imposible.
Me imagino que otro lee lo que yo estoy leyendo exactamente al mismo tiempo que yo, en un avión arriba de mí o del otro lado del mundo.
Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído
Algunas novelas del haitiano-canadiense Dany Laferrière me han gustado mucho, son muy divertidas, con una voz muy marcada —aunque nunca forzada—, pero no están traducidas al español —y creo que podrían venderse muy bien. Foe, de Coetzee, es un gran experimento sobre escritura y edición, y conozco a muy pocos que lo hayan leído. Y por supuesto Lapham’s Quarterly: no es un libro, es una revista trimestral, ¡la mejor revista del mundo! No sé a cuántos amigos lectores se las he regalado, les he hablado de ella, les he mandado links (aunque la lectura en web no tiene nada que ver con la edición impresa). Me inquieta mucho conocer a un lector que no la conoce. Hice mi tesis de maestría sobre ella, he escrito textos y artículos sobre ella, he dado clases y conferencias, y veo las caras iluminarse. Soy el fan número uno.
Un libro raro de tu biblioteca que — sospechas — nadie más en la ciudad tiene
El diario de Franz Schmidt. Fue un verdugo alemán que heredó el oficio de su padre y ejecutó a más de trescientas cincuenta personas en la Alemania medieval. Mantuvo un diario de sus ejecuciones a lo largo de cuarenta años, que se publicó como A Hangman’s Diary, y no es nada común. Tengo otro: Engelbert Kaempfer vivió dos años en Japón a finales de 1600 y viajó mucho por el interior del país. Escribió History of Japan, el primer libro que contó lo que entonces no estaba permitido ni siquiera a los japoneses, además de numerosos detalles de la vida cotidiana en un período de aislamiento absoluto en que Japón estuvo cerrado al mundo por más de dos siglos.
¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces?
He regalado varias veces casi todos los libros de la primera pregunta. También Te miro para que te quedes, de Andrés Barba; Kafka Was the Rage, de Anatole Broyard; Las cosas, de Perec; y Just Kids, de Patti Smith. No todos son famosos, no sé si son clásicos, pero son libros perfectos, y creo que algo que comparten todos ellos es una sensación de pérdida, entre el deseo y lo imposible, que es muy literario. Justo ahora estoy leyendo La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlinck, otro libro-regalo perfecto, porque además es muy breve.

Tu editorial favorita
Si solo pudiera seleccionar una, creo que Acantilado, aunque la reducción es imposible. Tendría que mencionar la coherencia inusual del catálogo de Atalanta, en tres colecciones muy bien delimitadas; no es nada fácil lograr esa lucidez. Periférica, por el diseño tipográfico de los interiores de sus libros: lo que pongas ahí de inmediato se hace legible y deseable. Gadir, por la coherencia física y visual de sus libros, sus colecciones —y como editorial en general. En inglés me gusta mucho Everyman’s Library, libros de la mejor calidad a muy buen precio. Los de pasta dura de Notting Hill, por exquisitos. Y algunas colecciones de MIT Press, por su raro catálogo, siempre alerta.
Tu libro más caro
No estoy seguro, no soy fetichista, creo que los Reportajes de la historia, de Acantilado.
Un libro robado
Nunca he robado un libro, y todo lo que me prestan lo regreso —o lo cuido muy bien.
Algo que no hayas leído todavía
Esta lista sí que es infinita, porque comencé a leer demasiado tarde, así que voy décadas ‘atrás’ en lo que me interesaría leer. No he leído completo En busca del tiempo perdido (solo el primer tomo), tampoco Ulises; he leído poca poesía y cuento; no he leído ni a Chéjov ni Faulkner ni a Austen… La lista es muy larga. Bolaño, por supuesto, me ocasiona curiosidad, pero también algo de resistencia, no sé por qué.
¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?
La posibilidad de una realidad que no sea el mundo «real», de poder escapar de él, o de «cubrirte» con la lectura para ignorarlo, reírte de él o entenderlo distinto. Me ha dado metáforas o imágenes con las que puedo soñar despierto. Bernhard, en Corrección, dice algo así: «Por una razón de supervivencia, entramos en la lectura y vivimos así en la lectura durante largo tiempo y sin ser molestados. La mitad de mi vida no he vivido en la Naturaleza, sino en la lectura, y solo por esa mitad me ha sido posible la otra».
También me he dado cuenta que siempre estoy buscando alejarme de la euforia: en la música, en el arte, en la literatura busco eso que dice Laurie Anderson: «cómo sentirse triste sin realmente estar triste». No sé por qué me gusta tanto esa sensación, como si al encontrarla llegara al lugar a donde realmente pertenezco, o al menos a donde mis pensamientos se encuentran más en paz.
También fantaseo al imaginarme que otro lee lo que yo estoy leyendo (mismo renglón, misma palabra) exactamente al mismo tiempo que yo, en un avión arriba de mí o del otro lado del mundo. O ese momento de lectura en que imagino al escritor imaginando a su lector desconocido, en otro idioma, mientras yo soy ese lector y lo leo justo en ese momento, yo consciente, él inconsciente.
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Jacobo Zanella (1976) es uno de los editores de Gris Tormenta. Tiene una serie sobre procesos editoriales en Letras Libres.
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