Contraportadas de libros

Se dice que no hay que juzgar un libro por su portada. Estamos de acuerdo: hay textos infinitamente superiores a las habilidades del diseñador. Pero ¿y las contraportadas? Ahí sí que podemos juzgar, y con razón. Presentamos aquí veinte contraportadas que nos gustan —y otras que no tanto.

Gris Tormenta
2 min readApr 1, 2020
Dos contraportadas muy distintas pero bien resueltas: la de Grand Central Publishing (izquierda) contiene mucha información, pero presentada de una forma que (a) puede ser ignorada y sigue teniendo relevancia estética o (b) puede ser leída con orden y elocuencia. La de Minúscula (derecha) no dice nada, pero no lo necesita en absoluto: el libro es atractivo como es: no le sobra ni le falta nada. El minucioso trabajo tipográfico en ambos casos es notable. Y quizá una cosa más: las dos formas de pensar, anglosajona e hispana, se pueden apreciar aquí, de manera ejemplar, en sus contrastes y virtudes: vean los colores, los tamaños; la intención detrás de cada objeto.
Dos contraportadas inusuales: los layouts son inesperados y de inmediato resaltan. La de Papeles Mínimos (izquierda) juega con la simetría, las proporciones, el minimalismo. La de Methuen (derecha) logra algo que pocas veces vemos: una ruptura visual que intenta relacionarse directamente con el contenido del libro (modernismo, Bauhaus, etcétera), adquiriendo rasgos, casi, como una segunda portada.
Atalanta (izquierda) y Fitzcarraldo (derecha) lograron, desde sus primeros títulos, lenguajes arquetípicos propios en sus portadas y contraportadas. La de Atalanta es sugerente y poética; la de Fitzcarraldo podríamos decir que es lo opuesto: racional y simple, casi conceptual. Pero en ambas encontramos atemporalidad y clasicismo, complejidad y calidez.
Lo que hace Cuadernos del Vigía (izquierda) se «parece» a lo que hizo Papeles Mínimos más arriba, pero los resultados son muy distintos: aquí no hay juego de proporciones, así que el impacto visual es más sutil, pero al mismo tiempo hay muchos detalles tipográficos y visuales que logran despertar la curiosidad de otras maneras. En gran contraste, la de Back Bay Books (derecha) hace un ‘statement’ visual fuerte, rumbo a la estridencia, sin llegar nunca hasta allá; perfecta en todos los sentidos.
Dos cosas resaltan: la economía y el trabajo tipográfico excepcional. ‘The Happy Reader’ (izquierda) no es un libro, es una revista, pero me parecía que mostraba, tal vez más que otra contraportada aquí, una selección tipográfica y un trabajo editorial exquisito. La de MIT Press (derecha) es también el resultado de muchas horas de trabajo e innumerables pruebas: podemos adivinar un «pensamiento visual» de la colección editorial sin haber visto los otros títulos. Lo más sencillo en apariencia (cuando está bien resuelto) suele ser lo más complejo para el diseñador.
Qué bien tener contraportadas que no digan nada. La decisión editorial no debe ser fácil y debe estar argumentada en una colección sumamente sólida que la soporte. Anagrama (izquierda) y Siruela (derecha).
Llevo muchos años lamentando que los almanaques de Ben Schott publicados por Bloomsbury (izquierda) no se hagan más. Ha sido una de las desgracias editoriales del siglo. En sus contraportadas distribuía a todos los personajes del año en dos ejes: uno que va del «Annus mirabilis» al «Annus horribilis» y otro que va de «Lasting» a «Transient». La de Taurus (derecha) es tan atractiva como arriesgada: los elementos en la orilla del libro y paralelos a sus bordes son extremadamente problemáticos para una imprenta (como puede verse en la imagen), pero me alegra que eso no los haya disuadido.
Economía, ligereza, elegancia y tipografía resuelta con suma belleza. Respeto al texto, al lector, amor al libro. Los compraría —o los compré, quizá— solo por la contraportada. Penguin (izquierda) y la revista ‘Poetry’, publicada por Poetry Foundation (derecha).
No son mis favoritas pero están bien resueltas, con dignidad, sencillez, lectura amigable. Scribner (izquierda) y Penguin (derecha).
Por último, dos en apariencia muy sencillas y muy «normales», pero no. Tanto Jus (izquierda) como Penguin (derecha) le hablan al lector con cariño, delicadeza, educación y conciencia. No es nada fácil lograrlo. Y visualmente son elegantes y amigables, con proporciones perfectas. Demuestran una destreza superior del oficio.

Algunos ejemplos de contraportadas que nos hacen dudar:

Pareciera que a la de Tecnos (derecha) le falta algo y a la de Unbound (derecha) le sobra algo. Se pueden hacer contraportadas con muy poca información o con mucha, lo vimos antes, pero que no parezca un error o un muestrario tipográfico. La austeridad y la saturación, en estos dos casos, son desconcertantes.
Eterna Cadencia (derecha) nos gusta mucho, pero el tamaño del ISBN… no sé, siempre nos ha llamado la atención más de lo necesario. Counterpoint (izquierda) es totalmente ilegible y amarilla.
Estas dos contraportadas, ambas de Picador, representan una tendencia comercial estadounidense para la venta de libros como productos de entretenimiento masivo: el mayor número de blurbs en un espacio reducido. Esto hace que el blurb se reduzca a no decir nada, que pueda aplicar a cualquier libro. Si el blurb es la expresión mínima de un pensamiento crítico, ¿por qué habría que reducirlo más —a veces a una palabra? En esa reducción se pierde todo sentido crítico y queda solo lo emocional, lo ridículo.
Casimiro (izquierda) y Ediciones Encuentro (derecha).

Las contraportadas son lo último que leo de un libro, y muchas veces ni siquiera llego a leerlas, porque no le aportan nada al texto, casi siempre le restan, más bien. Pero en muchos países —en donde los libros no se pueden hojear— son la única comunicación que el editor tiene con el posible lector.

Jacobo Zanella (1976) es uno de los editores de Gris Tormenta. Tiene una serie sobre procesos editoriales en Letras Libres.

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Gris Tormenta es un taller editorial que imagina, edita y publica libros que reflexionan sobre la cultura y el pensamiento contemporáneo.