El descubrimiento de la lentitud
Por Norman Ohler

[…] A mediados de los años noventa, mi descubrimiento del Internet representó una gran liberación. Ahí escribí Die Quotenmaschine, sobre el detective mudo Maxx Rutenberg, quien desarrolla nuevos métodos de investigación en Nueva York, una novela hipertextual (supuestamente la primera en el mundo) que pude publicar yo mismo en la red en 1995 sin tener que consultar a un solo editor ni a nadie más. Con esta eliminación de las jerarquías me pareció que la literatura había dado un paso adelante… una idea que luego se esfumó con la rauda comercialización y convencionalización de la red. En realidad, la literatura no puede seguir el proceso de nivelación del mundo en línea, pues perdería su relevancia. Pero, ¿de qué relevancia se trata? La respuesta radica en que es posible concentrarse en una sola cosa en particular, con frecuencia durante varios años, un lujo que se vuelve cada vez más extravagante en la medida en que el tiempo se torna más veloz. Los libros desaceleran la vida, y en este aspecto los escritores nadan contra la corriente más que nunca: crean un producto que es cada vez más valioso y al mismo tiempo más anticuado, pero que ofrece una salida de la breve vida mediática, un asunto de urgente actualidad.
Pero dado que escribir siempre se vincula con el intento de por lo menos hacerle cosquillas a la verdad, tampoco habré de callar los motivos más privados y personales. El oficio del escritor es el puesto más independiente que pueda uno ocupar en este globo terráqueo. No se necesita nada aparte de papel y lápiz, y con ellos es posible crear mundos. Esta libertad siempre me ha atraído de manera extraordinaria. Además, tiene uno colegas increíbles, por cuyos mundos de luces y sombras puede uno merodear.
Aunque hay una razón todavía más prosaica. Desde que era yo adolescente sabía con claridad que quería hacer sobre todo una cosa en cuanto pudiera decidir sobre mí mismo, a saber: dormir hasta tarde. Y justo eso es posible si se es escritor. Puede uno perder días enteros… y al final no importa nada, porque a lo mejor uno ha obtenido, precisamente en esa lentitud del arte, un momento trascendente. Quizá. Pero quizá no. Y es esa falta de seguridad la que me atrae tanto. Escribir es todo menos jugar sobre seguro: no existe ninguna garantía de que un texto largo, como una novela, funcione al final. Puede ser que uno trabaje durante seis años y que al final nada funcione… ¡y que uno no se dé cuenta sino realmente hasta el final! Igual que uno es lanzado a la existencia, se lanza uno a un proyecto de libro. Y es solo en este proceso, en esta lucha, en este riesgo que puede brotar algo que es humano, que es literario y que tiene algo que decir en este cada vez más vasto mar de insustancialidad. Precisamente es esta falta de seguridad en el sentido de la literatura lo que le confiere un valor muy particular, que justifica todos los sacrificios e inseguridades.
Norman Ohler