La potencia literaria de las cosas
El siguiente texto es la introducción a la antología ‘Lo infraordinario, Georges Perec y la búsqueda literaria en lo cotidiano’, (Gris Tormenta, 2018). Dieciséis autores iberoamericanos contemporáneos rinden un homenaje a Georges Perec filtrando el mundo con su gran leitmotiv literario: las cosas comunes y lo habitual.

Este libro no desea ser otra cosa sino el desarrollo a las preguntas que Georges Perec propone en su ensayo «¿Aproximaciones a qué?»; una disertación alrededor de las series de dudas y peticiones sobre las que el texto se estructura. Sabemos que Perec no debatía esos conceptos en 1973, a los 36 años, cuando se publicó el ensayo, sino antes, diez años o más, pues desde Las cosas (1965), su primera novela publicada, ya se asoman esas dudas que luego precisó en «¿Aproximaciones a qué?», y que se exploran en las narraciones que componen esta antología.
El ensayo inicia así: «Lo que nos habla, me parece, es siempre el acontecimiento, lo insólito, lo extraordinario». Y después, en la parte central: «Los diarios hablan de todo, salvo de lo diario. […] Lo que pasa realmente, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? ¿Cómo dar cuenta de lo que pasa cada día y de lo que vuelve a pasar, de lo banal, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual? ¿Cómo interrogarlo? ¿Cómo describirlo?».
La pregunta, una de las herramientas de dialéctica más antiguas, es de naturaleza ingenua y astuta. Se sabe que una interrogante, más que espejo, funciona como prisma, como provocación: la posibilidad de un juego inventivo. Puede ser clara y sincera, y su respuesta también, sin que la horizontalidad de la discusión se logre. Lo que contiene este libro son aproximaciones, tentativas a las interrogantes que existieron en los pensamientos de Perec y que han estado ahí mucho tiempo antes que él, décadas, siglos.
Tal vez Perec no buscaba respuestas, sino un método. No pedía: proponía. No buscaba lo técnico de una solución definitiva, tal vez quería encontrar el pensamiento literario que aparece cuando una pregunta es contestada por otra serie de interrogantes y disertaciones; cuando el argumento que una duda desarrolla comienza a abrir el mundo de maneras no previstas.
Me interesa lo que veo, no lo que se supone que deba ver; me interesa lo que leo, no lo que «debería» leer.
¿Por qué la insistencia en interrogar lo habitual? ¿Por qué un libro que gira alrededor de lo ordinario y lo infraordinario? Primero, por un motivo lúdico, experimental: la idea del proyecto y la invitación a autores en diversos contextos abría posibilidades infinitas — estéticas, literarias, documentales. ¿La belleza de las cosas comunes se ha vuelto un cliché? ¿Se puede transmitir de nuevo? ¿Podemos desautomatizar el tiempo para observar lo que pasa entonces? ¿Para qué? Me imagino una lectura en donde se explore nuestro devenir, nuestra propia entropía: ver qué encontramos ahí; un registro del tiempo: que revele quiénes somos en este momento. Pero tal vez el motivo que más me atrae en un libro como este tenga que ver con razones personales o políticas: me interesa lo que veo, no lo que se supone que deba ver; me interesa lo que leo, no lo que «debería» leer. Encuentro placer en la escala humana con la que puedo relacionarme, lo cotidiano en lo que me reflejo, lo que me habla, lo que me representa, lo que me recuerda un lugar de origen, un problema común.
¿De dónde viene lo infraordinario de Perec? En la Antigüedad se exploró la infinitud en el cielo y se concibió la filosofía como manifestación inagotable del pensamiento. En el Medievo se propuso a un dios común en Occidente, en quien se podía hallar también lo inagotable e infinito. La Edad Moderna, sin embargo, se encontró con el hombre — su explotación, agotamiento y aburrimiento — y con la muerte de todos los conceptos que la precedieron. Otros han propuesto lecturas o antídotos a ese gran vacío; Perec, a lo largo de su obra, desarrolló el concepto de lo infraordinario, una forma humanista para hablar de eso en lo que nos habíamos convertido; una antorcha con la que cruzó ese vacío.
«Lo rápido se ha hecho muy lento», decía Paul Valéry en 1934. El hombre de hoy está insatisfecho con la velocidad de las cosas, decía. Los eventos, el alimento que necesitamos, ya no nos satisface. «Si no se anuncia una gran catástrofe todas las mañanas, sentimos una especie de vacío. “El periódico no trae nada”, suspiramos». Estamos envenenados por los hechos. La energía nos emborracha, la prisa nos intoxica. Casi un siglo después de que Valéry pronunciara estas palabras en París, el concepto continúa siendo el mismo, aunque la forma se ha distorsionado aún más: la búsqueda de lo extraordinario — y la rápida decepción que le sigue — sucede las veinticuatro horas a través de imágenes que no dependen de lugar ni tiempo. Si lo ordinario de Valéry se convirtió en lo infraordinario de Perec, ¿cómo se llamaría ahora? La exploración tenaz de esta interrogante se puede advertir en nuestra literatura contemporánea.
Para hablar sobre lo habitual y lo infraordinario, pensaríamos, se podría partir de cualquier impulso. ¿Necesitamos a Perec y su ensayo para imaginar un libro así? Como una carta abierta — una suerte de manifiesto — , la relectura de «¿Aproximaciones a qué?» se propone a dieciséis autores. Al igual que en los textos clásicos, sus estímulos se renuevan con cada generación de escritores y lectores. En las lecturas individuales aparecen nuevas provocaciones o se manifiestan distintas potencias.
Cause commune, donde apareció por primera vez el texto que nos ocupa, fue una revista parisina, dirigida por Jean Duvignaud, que deseaba «examinar las raíces de las ideas y las creencias sobre las cuales reposa el funcionamiento de nuestra “civilización”, de nuestra “cultura”, y cuestionarlas, emprender una antropología del hombre contemporáneo». El artículo en cuestión ocupaba las páginas 3 y 4 de la publicación; tiene algo de fundacional pero también de experimental; es vigoroso y lúdico a la vez. «¿Aproximaciones a qué?» se publicó de nuevo en 1989, como el primer ensayo del libro póstumo Lo infraordinario, la colección de ocho textos que Perec escribió entre 1973 y 1981, en los que desarrolla el concepto y parece responder a sus propias interrogantes. En uno de los ensayos describe la calle de su infancia; otro es una serie de listas minuciosas de todo lo que comió en 1974; el último es una descripción exhaustiva de todo lo que está sobre su escritorio en el momento en el que se sienta a describirlo.
Perec invirtió esa convención, a través de la cual juzgó la modernidad, y creó así una literatura a nuestra escala, cálida y sensible, hecha de curiosidad y observación.
Perec, como yo lo leo, escribe sobre lo infraordinario porque no encontró una manera más eficaz de celebrar lo individual, lo particular. En un presente masificado, usó lo infraordinario como un atajo al interior sin lo exótico de la ficción; exploró no el exterior homogéneo, en donde se busca lo espectacular todo el tiempo, sino las singularidades que se extinguen. Perec invirtió esa convención, a través de la cual juzgó la modernidad, y creó así una literatura a nuestra escala, cálida y sensible, hecha de curiosidad y observación. Vio lo que otros no vieron; encontró algo donde otros no habrían buscado. Cuestionó lo cotidiano a la vez que permitió que lo cotidiano nos cuestionara: lo usó como medio para recordar lo que quería recordar, reflexionar sobre lo que quería reflexionar. Lo infraordinario en abstracto es banal: al escribirlo lo libera de la repetición y le da vida en las palabras. No se trata de un registro mecánico, sino de una aceptación de la sensibilidad contenida en lo que hemos dejado de registrar. En sus libros logró, de este modo, que las cosas comunes hablaran de él, que se convirtieran no en parte de su literatura, sino en su literatura misma.
Perec se adelanta a nuestro presente y se pregunta en dónde queda nuestra vida, la vida real, en un contexto en donde todo gira en torno a la celebridad, los grandes titulares y el individuo como medio. Perec es relevante hoy porque encuentra lo significativo en lo opuesto a ese concepto; sus libros ofrecen la posibilidad de una lectura lenta y atenta de aquello que nos rodea, nos habla, pero no escuchamos. Perec es un puente al sueño, a la observación interior, doméstica, al sentido común, a la meditación sobre nuestro tiempo y los espacios que habitamos; una meditación íntima, sin pretenciones ni esoterismo: un recordatorio de nuestra presencia en el mundo, una celebración de nuestra memoria. En la historia del pasado, un año puede comprimirse en cuatro líneas. El presente parece siempre urgente: la miopía del eterno ahora, exagerada y evidente en nuestras pantallas hasta un grado cómico, nos impide ver lo que en algunas generaciones se dirá de nosotros en apenas unas palabras. Perec, en contra de estos conceptos a través de los cuales «hemos intentado vanamente captar nuestra verdad», busca la ignición de una chispa en las cosas comunes. «¿Sabemos ver lo que es importante? — se pregunta en Especies de espacios (1974) — ¿Hay algo que nos llame la atención? Nada nos llama la atención. No sabemos ver.» Leer a Perec es aprender a observar las cosas que nos rodean y las relaciones entre ellas: percibir con mayor profundidad su materialidad y espiritualidad; es entender esa potencia literaria, desprovista de tiempo, que albergan pasivamente dentro y fuera de sus circunstancias.
Existe siempre en Perec la preferencia por lo habitual, lo real y lo documental sobre lo mediático y la ficción — hoy tan sobrevalorada. Hasta sus novelas están abiertamente ancladas en procesos creativos racionales y sistemáticos. Perec hace inventario de lo que ve, un censo de lo cotidiano como metodología de la imaginación. Está alerta, está presente en el mundo. Nos hace entrar en el mundo con él.
La relación entre Perec y lo infraordinario ha sido estudiada por lingüistas y académicos. La intención de esta antología no es profundizar en el concepto de manera teórica, más bien libre. El juego es otro de los valores constantes en la obra de Perec: él mismo realizó en algunas ocasiones un ejercicio muy similar al que esta antología propone: desarrollar, de forma franca y directa, un texto «encontrado» como método creativo. En Especies de espacios, refiriéndose al capítulo «La habitación» y a Proust, dice lo siguiente: «Este proyecto se realiza bajo su invocación evidentemente: y no quisiera ser otra cosa que el estricto desarrollo de los párrafos seis y siete del primer capítulo de la primera parte (“Combray”) del primer volumen (Du côté de chez Swann) de À la recherche du temps perdu […]». (En los dos párrafos mencionados, Proust imagina una relación de «todas las alcobas que había habitado durante mi vida», deteniéndose sin prisa en cada una para acordarse «de cómo era la cama, de dónde estaban las puertas, de a dónde daban las ventanas, de si había un pasillo, y, además, de los pensamientos que al dormirme allí me preocupaban».) Perec continúa: «[…] por ello me propuse hace varios años ya realizar el inventario, tan exhaustivo y preciso como fuera posible, de todos los Lugares donde he dormido. […] Más o menos los he conseguido repertoriar todos: hay alrededor de doscientos (cada año apenas si se añaden ya una media docena: me he vuelto bastante casero)». Sin embargo, Perec no llegó a escribir ese libro: quedaron documentadas solo tres habitaciones.
El método tan distintivo de Perec de filtrar la realidad quedó registrado en toda su escritura. A diferencia de otros autores, Perec expresó sus idiosincrasias de manera directa como un componente importante de su literatura, muchas veces con formas poco convencionales: pensamientos inacabados, listas, instrucciones, inventarios, índices, cuestionarios, notas, juegos de palabras, crucigramas, etcétera. Clasificó «el mundo para comprenderlo a su modo […]», dice Maurice Olender en la nota preliminar a Pensar/Clasificar (1985). «Su mirada confiere a la trivialidad, a los seres y a las cosas cotidianas una densidad inesperada que nos turba y nos maravilla.»
Perec se autodefine a través de cuatro prácticas de interrogación en las que clasifica toda su obra: sociológica, biográfica, lúdica y novelesca — aunque la mayoría de sus libros son una mezcla de varias categorías. Uno de los más conocidos sobre esa interrogación sociológica (observación de lo cotidiano) es Tentativa de agotar un lugar parisino (1975), en el que se propone describir todo lo que sucede en la plaza Saint-Sulpice de París. Se sentó durante tres días consecutivos en distintos puntos de la plaza (Café Tabac, Café de la Mairie y otros) para observar y anotar todo lo que sucedía ahí. Le interesaba ver lo que no se veía, describir lo que no estaba descrito, no el hotel, la comisaría, el cine o el templo, sino más bien «describir el resto: lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes».
Regresemos por un momento a 1973, a «¿Aproximaciones a qué?». Ahí, Perec se cuestiona: «Cómo hablar de estas “cosas comunes”, cómo asediarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que están pegadas, cómo darles un sentido, una lengua: que finalmente hablen de lo que existe, de lo que somos». Y luego esta observación que hace en la plaza Saint-Sulpice en 1974:
¿Para qué contar los autobuses? Quizás porque son reconocibles y regulares: cortan el tiempo, dan ritmo al ruido de fondo; de última son previsibles. El resto parece aleatorio, improbable, anárquico; los autobuses pasan porque deben pasar, pero nada obliga a que un coche dé marcha atrás, o a que un hombre tenga una bolsa marcada con la gran «M» de Monoprix, o a que un coche sea azul o verde manzana, o a que un consumidor pida un café en lugar de una cerveza…
Perec propone una nueva forma de ver las situaciones y los objetos ordinarios y así «fundar, finalmente, nuestra propia antropología». Lo cotidiano que interesa a Perec, dice Ben Highmore, no es lo cotidiano de los surrealistas, es más bien una «aproximación surreal a las ciencias sociales». Lo cotidiano de Perec requiere una «implacable atención sistemática» que sugiera la posibilidad de una antropología que pueda «diferenciar entre lo significante y lo insignificante»: concentrar la atención en todo lo que se pierde cuando solo vemos el mundo de manera tradicional. Mercedes Monmany, sobre este deseo de Perec, afirma:
Dándole la voz a esos objetos y cosas que lo cotidiano volvía invisibles sin cesar, los restituía de nuevo de su valor y sentido, de su perdida nobleza, enmarcándolos en un gran sistema igualitario y democrático, que creía en el ser humano en bloque, sin olvidar a nada ni a nadie. Es, sin duda, un modelo de la utopía, en el que él creía firmemente. Un modelo de organización de la realidad: existe, en efecto, una multiplicación incontrolada de las cosas del universo de lo cotidiano, un frenesí de imágenes y sucesos, pero para ello el texto narrativo intenta poner un orden.
El ensayo de Perec puede tener varias lecturas, evidentemente, y en cada lectura varios niveles. El documento, por ejemplo: Perec intenta seducir a escritores imaginarios a dejar por escrito descripciones de lo ordinario, lo superficial; un registro como testigo. Pero en ese documento está implícito también el concepto de desaparición, es decir, describir para proteger, para preservar aquello que inevitablemente se perderá sin que nadie lo note (y entonces entramos ya en el terreno filosófico del tiempo). La simple existencia del documento será deseable para archivos de todo tipo, desde aquellos de carácter catastral hasta los artísticos. Y comienza a aparecer una lectura más compleja, la subjetiva: describir lo habitual como posibilidad, como intento de una forma narrativa o literaria. ¿Y cómo descodificar esa subjetividad? Y ahí se abre de nuevo otra bifurcación, otro nodo de posibilidades que se resolverá después, en el acto de lectura o en el pensamiento al que da lugar.
Lo cotidiano en la literatura se remonta al mundo clásico, a las narraciones que nos han llegado de los aspectos más comunes de la vida en la Grecia antigua. Petrarca lo retoma en el siglo XIV en cartas y poemas: «su originalidad consiste en haber notado, por primera vez, que cada momento de nuestra existencia contiene en sí mismo la substancia de un poema, que cada hora encierra una inmortalidad», dice Edgar Quinet. Baudelaire encontró la esencia de su época en el movimiento y el ruido de la ciudad en la era industrial. Marcel Proust, Walter Benjamin, Wisława Szymborska, Georges Perec, Andy Warhol, Kenneth Goldsmith, Alexander Masters, Karl Ove Knausgård y tantos otros han encontrado un legado en lo transitorio, lo substancial en lo ordinario, lo distintivo en lo banal. Pueden extraer los secretos que posee una rutina, un objeto común o algún desconocido.
¿No es eso lo que Perec propone?, ¿despojar del tiempo a lo que es, inexorablemente, temporal?
Las observaciones de lo efímero dotan de un sentido sin tiempo a un presente atado al tiempo, es decir, se leen humanas, no circunstanciales; observaciones en donde algo minúsculo puede contener toda la idiosincrasia y esencia del escritor, que se transmite al lector, es decir, al hombre — el hombre que se refleja en todas las superficies si sabemos observar. ¿No es eso lo que Perec propone?, ¿despojar del tiempo a lo que es, inexorablemente, temporal? Busca ese momento, en la escritura y en la lectura, en que la observación tan intensa de lo cotidiano puede ser, de manera súbita, la observación intensa de lo profundo: en lo habitual encuentra el lugar más cómodo para imaginar y multiplicar la experiencia y convertirla en memoria.
Es Perec quien habla, quien hace las preguntas que dan origen a esta antología. En ese sentido, funciona como una suerte de editor que comisiona los textos reunidos en las siguientes páginas. Los ensayos de los dieciséis autores se dividen en cuatro capítulos cuyos títulos provienen de las categorías que usa Perec en «¿Aproximaciones a qué?». En el primer capítulo, «Lo banal, lo cotidiano», hemos agrupado los textos de Diego Zúñiga, Gonzalo Maier, Mauro Libertella y Juan Villoro. En «Lo evidente, lo común», están Valeria Tentoni, Gabriela Ybarra y Juan Pablo Villalobos. En «Lo ordinario, lo infraordinario», Brenda Lozano, Daniel Saldaña París, Jorge Fondebrider, Luis Eduardo García, Rodrigo Blanco Calderón y Guillermo Núñez Jáuregui. En el capítulo final, «El ruido de fondo, lo habitual», Mariana Hartasánchez, Eduardo de la Garma y Pablo Duarte.
Algunos encuentran ingenuidad en la visión de Perec, la ingenuidad que encontraríamos en un juego. Y sin duda esta antología la tiene. Pero veamos hasta dónde se puede llevar el experimento. Algo inocente a simple vista podría cambiar, tal vez, algún aspecto de nuestra percepción y procesamiento de la realidad, incluida la literatura. «Leemos para hacer preguntas», dijo Kafka. ¿Qué encontraron los autores en sus reflexiones sobre lo infraordinario? Leer a Perec y a los dieciséis escritores que ensayan con él es otra búsqueda — y argumento al mismo tiempo — de nuestra memoria, de nuestro lugar en un presente en apariencia inasible.
Jacobo Zanella
—
Lo infraordinario es parte de la colección Disertaciones, de Gris Tormenta, antologías alrededor de un tema debatido por un grupo heterogéneo de voces o alrededor de una pregunta que sugiere una disertación colectiva. Conoce más sobre sus títulos en gristormenta.com/disertaciones.