La timidez del disc-jockey

Una conversación a propósito de ‘Una vocación de editor’, de Ignacio Echevarría.

Gris Tormenta
10 min readNov 17, 2020

La escritora Lina Meruane y el editor de Almadía, Guillermo Quijas, conversaron sobre la edición literaria y sobre la vida y obra del legendario editor Claudio López Lamadrid, a propósito de la publicación de Una vocación de editor, el tercer volumen de nuestra colección Editor, escrito por el crítico y editor Ignacio Echevarría. Publicamos a continuación un extracto de esa conversación.

Lina Meruane: Es una alegría y una tristeza leer este libro porque me he acordado mucho de la persona que era Claudio, de las situaciones en las que lo conocí. Fue una tristeza pensar que ya no está. También conocerlo desde otros lugares que para mí han sido muy iluminadores en este libro.

Guillermo Quijas: Coincido contigo. Había como una idea de quién era Claudio, pero este libro, así de breve, te pinta una fotografía mucho más amplia de una persona que además tenía una pasión por la literatura y un amor increíble por los libros. Es curioso cómo a veces los libros llegan en momentos muy particulares, y en mi caso este libro llegó en un momento que me ha hecho pensar un montón sobre el trabajo de Almadía.

LM: Es cortito pero contundente. Por un lado es una especie de bildungsroman del editor que era Claudio, un editor legendario, y al mismo tiempo es una pequeña historia de la edición en España. El prólogo de Emiliano Monge no tiene pelos en la lengua, cuenta cosas de Claudio que me parecieron muy divertidas y muy entrañables; Emiliano narra una escena de un Claudio huraño y difícil que se sube a un tren y se encuentra con él sentado al lado porque les han reservado asientos contiguos, y la verdad es que está indignado porque él quería tener su viaje a solas, leyendo en su Kindle. Lo hace pasar muy mal al pobre, que lo que quería era conversar con su amigo editor. Es un momento muy brutal para empezar un libro sobre alguien que ya murió, pero al mismo tiempo me pareció que Emiliano podía tomarse esa libertad precisamente por su gran cercanía con Claudio, y me hizo pensar inmediatamente en la manera en que yo lo conocí. Claudio siempre fue un hombre tímido, y siempre he pensado que los tímidos son personas que caen mal porque son un poco raros, porque son un poco taciturnos, pero también me identifico, a pesar de que yo he superado esa cosa de la timidez, de estar incómoda en lugares donde uno no conoce a la gente. Leyendo este libro pensé que ese lado más sociable, más anfitrión y más cariñoso de Claudio también era una especie de gran compensación por su lado huraño, que aparecía en los momentos más impensables. [Lo viví] en Barcelona, cuando él ya había rescatado un libro mío —Sangre en el ojo— publicado en la editorial Caballo de Troya —de la que se habla en Una vocación de editor. Él hizo algo muy generoso conmigo ahí, y lo empecé a ver un poco más cuando iba Barcelona. Tenía eso que cuenta muy bien Ignacio Echeverría, que es lo de conectar personas, lo de hacer redes, lo de amistar a otros mientras él estaba callado como en segundas filas viendo cómo nosotros nos las arreglábamos. Y la última vez que lo vi… fue, yo diría, en Barcelona. Me acuerdo que fuimos a almorzar —un almuerzo rarísimo porque él era tímido y yo como que le tenía un poco de miedo—, y entonces él en un momento me dijo: «Tu próxima novela: me gustaría ser el editor, leerla como editor de mesa», y yo, por supuesto, le dije que sí, y pensé después: por ningún motivo le voy a mandar a Claudio esta novela; me pareció que la relación de fuerzas era muy desigual: ¿qué pasaba si ese editor quería que hiciera cambios que yo no quería? ¡Pero era el editor jefe de literatura de Random House Mondadori! Y la verdad es que ahora, leyendo el libro, pensé que se lo debí haber mandado, porque parece que era muy generoso como lector.

GQ: ¿Y se puede saber qué novela era esa?

LM: Sistema nervioso, era la última.

GQ: Coincido con esta percepción de que Claudio era un tipo tímido. En los primeros años en que nos conocimos intentamos hablar, pero por algún motivo nunca logramos conversar más de algunos minutos. Lo conocí en el 2009 en la Feria de Frankfurt, habían invitado a Almadía a un fellowship program. Uno de los días llegué y vi a un señor parado viendo los libros; me quedé viéndolo, se metió al stand y empezó hojear un libro de poesía de José Eugenio Sánchez, el primero que publicamos. Me acerqué y me dijo: «Soy Claudio, trabajo en Penguin (o en Random House) y me gusta muchísimo José Eugenio Sánchez, me gusta muchísimo leer poesía». Y ese fue un primer acercamiento. Nos vimos un par de veces más en la Feria, pero fueron conversaciones muy rápidas. En Guadalajara nos empezamos a ver de manera más continua, y siempre llegaba al stand a preguntar por los libros de poesía, y sobre todo por los libros de José Eugenio Sánchez. Empezábamos a conversar y de inmediato, de un momento para otro, decía «ahorita vengo», se iba corriendo y desaparecía, que también es una de las cosas que cuenta el libro, la facilidad con que se escabullía incluso los lugares donde a lo mejor un editor moderno no puede escabullirse.

LM: Parece que se iba a leer, ¿no?

GQ: Se iba a leer, sí, y eso es a mí lo que me parece también increíble: esta relación que tenía con todo el trabajo que debía desempeñar una figura como él, y encontrar el equilibrio para leer, que creo que, en gran medida, le ayudó mucho a trabajar en las distintas pistas en las que se condujo mientras construía su relación con la editorial. Una vez nos vimos en Oaxaca; él vino a una boda y cenamos una noche con su pareja y con mi esposa, y fue increíble esa conversación, porque pudimos realmente hablar de los libros que le gustaban, de cómo veía la edición independiente. Fue un momento muy particular para Almadía porque ya hacía tiempo que queríamos publicar a Gonçalo Tavares, queríamos publicar también el nuevo libro de Samanta Schweblin, que tenía Claudio en Mondadori, y me dijo: «Pues si quieres compartimos los derechos: ustedes publican en México, nosotros publicamos en España o en el resto de América Latina». Eso para nada es común, y todavía no sé exactamente por qué lo hizo, no tendría por qué haberlo hecho, y tampoco éramos muy amigos como para que hubiera una relación detrás de ello. Son las cosas que uno no logra entender del todo, pero que te pintan el tipo de editor que era y el tipo de relaciones que quería construir a partir de publicar libros.

LM: Me da la impresión, por lo que cuenta Ignacio Echevarría, que en efecto había algo en Claudio que lo distinguía, digamos, del publisher que lo quiere todo para sí. Este amor a la literatura y este entender también que las editoriales independientes hacen un trabajo bien importante es muy interesante, sobre todo hacia el final del ensayo, en el que me parece que Ignacio es más reticente y más crítico sobre la multiplicación de las ediciones independientes, mientras que Claudio se estaba subiendo a todos esos carros —de las redes, de la edición independiente— como si hubiera visto —y creo que lo veía bien— que la edición independiente hace algo que él ya no podía hacer: rescatar las voces nuevas que estaban surgiendo. Hay una descripción muy bella que hace sobre ese último proyecto que fue Caballo de Troya, que era una pequeña editorial dentro, y en contra, de la gran línea editorial general, que descubría figuras emergentes, españolas sobre todo. Yo creo que tenía esa curiosidad y ese deseo de compartir, y también una cierta noción, me da la impresión, de que dentro de los países hispanohablantes España es un país más, versus esta idea medio colonial que todavía persiste en España, y que es muy irritante, que dice que América Latina es como un país y España otro, una configuración todavía de la metrópolis en la colonia versus el hecho de que somos veinte países. Claudio estaba muy adelantado a su tiempo: estaba pensando en la circulación de la literatura, en la promoción de los autores consagrados y emergentes en diferentes espacios.

GQ: También me da la sensación de que la relación que Ignacio y Claudio tenían era de amistad larguísima, de una fraternidad increíble, pero que a la vez estaban muy acostumbrados a tener opiniones muy distintas sobre muchos temas. Creo que Ignacio —y eso me parece una muestra de cariño enorme— quiere seguir conversando con él. Eso es un signo increíble y amoroso de Ignacio que queda ahí en el libro. Esto me hace pensar en otro tema que a mí me encantó, que es el trabajo del editor de mesa…

LM: Justo quería ir para allá yo también.

GQ: Es que a mí se me hace muy especial porque, desde nuestro punto de vista, desde el punto de vista de Almadía, hablamos muchísimo sobre el tiempo que le debemos dedicar a un manuscrito para que resulte el mejor libro posible que somos capaces de hacer junto con el autor, que al final hace la mayoría del trabajo. Pero el libro habla sobre un tema que yo ni siquiera tenía en mente: cómo la relación que construyes con los autores a lo largo de los años, incluyendo esa conversación previa a que te entreguen un manuscrito, es probablemente lo que hace la mayor de las diferencias. Eso a mí me gusta muchísimo: cómo vas construyendo algo que te permite afinar mejor un manuscrito, algo que sucede atrás y que es tan importante como el siguiente proceso.

LM: Yo hice trabajo de edición en Brutas Editoras y aprendí todo lo que debía hacer ahí mismo. Pero hay una serie de cuestiones que Ignacio apunta con mucha precisión, y son estas pequeñas distinciones entre el editor de mesa —que es donde él se siente más cómodo, como cuando fue editor con Claudio en Tusquets— y el publisher, ese personaje que, además de pensar los libros, piensa al autor, trabaja para el autor, piensa en la circulación de los libros. En el libro, Ignacio perfila la figura de Claudio como un editor de mesa, como alguien que tenía su pasión en la edición, pero a quien la vida fue llevando a ser cada vez más publisher, y que tenía una cierta nostalgia por volver a trabajar con los textos. Esto se fue convirtiendo en una relación con los autores, fue construyendo una familia de autores que iba leyendo como podía, supongo, porque era realmente un hombre muy lector: la editorial es tan grande que ya no puedes mirar el texto, tienes que tomar las grandes decisiones administrativas. No sé si te pasa eso a ti también.

GQ: Sí, eso es cierto, y además se nota la nostalgia, el cariño que Claudio tenía por ese trabajo, pero también habla sobre la capacidad que tuvo para aprovechar justo el lugar y el momento en el que estaba, y cómo todo ese bagaje previo que tenía, todo ese conocimiento, todo ese amor por la literatura y este gusto por leer, leer, leer pudo montarlo en una estructura corporativa que lo único que pide es ciertos números en rentabilidad, independientemente de lo que se publique. Claudio lo supo hacer muy bien: usar toda la estructura corporativa y todo el dinero que hay en una editorial como Mondadori para intentar construir el mejor catálogo posible, sobre todo de literatura latinoamericana y estadounidense, que era lo que a él más le gustaba.

LM: Una cosa que dijiste me recordó la idea de Echevarría del editor como disc-jockey: está claro que en su catálogo tienen que caber autores de mucho prestigio que a lo mejor venden poco, pero para poder meter a esos tiene que meter a otros que a lo mejor venden más y que no son necesariamente de su gusto, pero que él sabe que son del gusto de la gente más joven o de un público más amplio. Ignacio dice «sintonizar» o simultanear los criterios. Me pareció una figura muy interesante, porque en realidad lo que hace el libro también es mostrar cuál es la figura del editor contemporáneo, cómo hace para sobrevivir. Ese editor culto que solo quiere que su lector lea lo que a él le gusta ya está fuera, no puede sobrevivir. Claudio se las arregló para moverse con los tiempos y convertirse en este DJ que va a sintonizando con su público y encontrando una manera de ir sobreviviendo en una estructura tan exigente en términos de rendimiento. Si logró sortear estos escollos no solamente es porque los autores lo quisieran mucho, porque fuera un gran tipo o tuviera su propio prestigio, sino que también tenía que mantenerse en ese lugar incierto de la publicación. La idea del editor como DJ me pareció por un lado muy contemporánea y a la vez pasadísima de moda.

GQ: De diez libros que publicaba, se menciona en el libro, en ocho perdía dinero y con dos recuperaban todo lo demás. Esa es una disparidad brutal. ¿Cómo lograr equilibrar eso con —y vuelvo a lo que hablamos hace ratito— la relación con los autores? La sensación que me dejó en general el libro sería lo emocionante y lo emocional que puede ser un trabajo como editar libros. Más allá de estas relaciones que se pueden generar entre autores y editores, he pensado que al final detrás de todos los libros hay historias increíbles. Es lo que cuenta Emiliano en el prólogo, que por sí solo para mí es un librito y un retrato perfecto de lo que Claudio representaba como editor. Pero no sucede, por supuesto, con todos los libros: se publican demasiados como para que haya suficiente gente que los lea.

LM: Este libro, además, hace un gesto que me parece muy importante, que era un gesto de Claudio: el de evitar el pensamiento apocalíptico. Decir: vamos a integrar las redes, vamos a integrar lo nuevo, vamos a escuchar las voces emergentes, están pasando cosas interesantes y hay que abordarlas. Hay algo fresco que siempre está sucediendo y hay que prestarle atención. En ese sentido es un libro que, por un lado, da tristeza leer, pero también abre una puerta.

Lina Meruane (Santiago, 1970) es una narradora chilena. En 2012 ganó, por Sangre en el ojo, el XX Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Sistema nervioso es su última novela.

Guillermo Quijas (Oaxaca, 1982) es un editor mexicano. Es director de la editorial Almadía y presidente de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, uno de los eventos literarios más importantes del país.

Puedes ver la conversación completa aquí.

En Una vocación de editor, el editor — invisible por tradición — se convierte en protagonista para observarse a sí mismo y descubrir los engranajes de su oficio. Ignacio Echevarría hace un retrato panorámico de su amigo y colega, Claudio López Lamadrid, quien fuera uno de los editores más importantes de la literatura en español. Lee un adelanto aquí.

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Gris Tormenta

Gris Tormenta es un taller editorial que imagina, edita y publica libros que reflexionan sobre la cultura y el pensamiento contemporáneo.