Regresar a la Tierra: una emoción que no existe en la memoria colectiva
El siguiente texto es el epílogo de la antología ‘Regreso a la Tierra’ (Gris Tormenta, 2019), memorias y reflexiones de nueve astronautas al volver del espacio: la anticipación del regreso, el viaje mismo o las reflexiones posteriores — físicas, psicológicas y filosóficas.

Desde que inició la exploración espacial, casi seiscientos astronautas han regresado del espacio. Aquí presentamos nueve relatos sobre su reencuentro con la Tierra: la anticipación del regreso, el viaje mismo o las reflexiones posteriores, físicas, psicológicas y filosóficas. De esos casi seiscientos viajeros espaciales —hombres, la mayoría—, más del ochenta por ciento han sido estadounidenses y rusos. En esta antología hemos seleccionado astronautas de cinco países, para tener perspectivas distintas sobre la experiencia. Algunos regresaron después de unos días, otros lo hicieron después de un año; los primeros viajaron en la década de los años sesenta, otros lo han hecho recientemente. Estas distinciones aportan matices técnicos, personales y sociales a la lectura. En una época de gran conciencia ecológica y nuevas formas de existencia, el libro nos hace imaginar la Tierra como si la observáramos por primera vez. La antología cierra con un epílogo en donde Elon Musk, visionario de la tecnología y los viajes comerciales al espacio, habla sobre el futuro de la vida en nuestro planeta.
¿Qué sucede cuando el cuerpo vuelve a la gravedad terrestre? ¿Qué pasa después de observar la vastedad del universo? ¿Cómo cambia la percepción de la Tierra de aquellos que han podido reflexionar sobre ella desde la inmensa lejanía? La antología no desea explorar la vida en el espacio, sino las impresiones sobre el universo y la Tierra que el regreso del espacio provoca. Si el viaje de ida se lee como un acto masculino y exaltado, propio del espíritu, el regreso parece sentirse en el alma, transformando lo objetivo en subjetivo, con características que tienden hacia lo femenino: introspección, reencuentro, renacimiento. Esta última parte del viaje produce un estupor intelectual, extrañeza y dudas que trascenderán en el tiempo creando una inquietud vertiginosa, muchas veces durante el resto de la vida del astronauta.
¿Cómo se describe esa inquietud; eso que además ninguna otra persona ha sentido? ¿Con qué palabras se expresan estos pensamientos y sentimientos nuevos a los treinta, cuarenta o cincuenta años? Lo conocido se vuelve desconocido al experimentarlo de manera consciente por primera vez; lo «real» adquiere matices de ficción. La Tierra deja de ser una noción abstracta e inasible. Mientras el observador se hace cada vez más pequeño, el planeta se hace más grande, demasiado grande: las palabras comunes no son suficientes, la conciencia de sí mismo se expande más allá de sus límites. Afectados por una sobrecarga sensorial, los astronautas se encuentran ante la dificultad o la imposibilidad de relatar con exactitud su regreso y su reencuentro con la Tierra.
James Hillman, en El pensamiento del corazón, señala que el vínculo «entre el corazón y los órganos de los sentidos no es un simple sensorialismo mecánico; es estético». Luego, citando al clasicista Richard Onians, dice que la actividad de percibir o de sentir viene del griego aisthēsis, «un “quedarse sin aliento”, la respuesta estética primaria». Y, más adelante, que «la transfiguración de la materia se produce por medio del asombro. Esta reacción estética que precede al asombro intelectual trasciende lo dado, permitiendo que cada cosa revele su aspiración particular dentro de un orden cósmico. […] Significa interiorizar el objeto dentro de sí mismo, en su imagen, de manera que su imaginación se active (en lugar de la nuestra)».
¿Cómo narrar esa reacción estética si no es con la literatura? Al espacio no han viajado pensadores ni escritores. Los astronautas son profesionales de lo técnico: ingenieros, militares, científicos —lo opuesto, quizá, a lo literario. Pero en los siguientes relatos, con palabras comunes, comienzan a aparecer en el fondo, o a veces cerca de la superficie, rasgos de una memoria que sorprende por sus exploraciones poéticas, acaso involuntarias: la levedad y la pesadez, la inercia y la lentitud, la claridad y la opacidad.
«Siempre que me preguntan digo que lo más grandioso que el transbordador hizo fue poner a muchas personas en el espacio —cincuenta, a veces sesenta personas al año, cuando el programa estaba en su mejor momento. Cada persona que va al espacio, cada persona que logra ver lo que hay a la vuelta de la esquina es alguien con la posibilidad de ayudar a cambiar nuestra perspectiva, nuestra relación con la Tierra, nuestra comprensión del lugar que ocupamos en el universo. Esa es la razón por la que vamos al espacio, para empezar», dice el astronauta estadounidense Mike Massimino. Ante la posibilidad de extender la vida a otros cuerpos celestes aparece esta visión de la Tierra y nuestra presencia en ella, uno de los rasgos que definen nuestra época contemporánea.
La Edad Moderna inició, simbólicamente, cuando Petrarca ascendió el Mont Ventoux en 1336 y vio, en la tierra que se extendía sin límites frente a él, su reflejo interior. Cuando los astronautas intentan encontrar su escala al contemplar la Tierra desde la Luna —o cuando tienen una epifanía suspendidos en el vacío del espacio o cuando la escotilla se abre y sienten de nuevo el frío en un desierto nevado— se produce una tensión entre una geografía exterior y una interior, una emoción intelectual que no existe en la memoria colectiva; que está fuera del lenguaje. Quizá la exploración del espacio no haya iniciado una era histórica, es demasiado pronto para saberlo, pero al leer los siguientes relatos no podemos dejar de pensar en los primeros templos de las primeras sociedades primitivas —esos claros en el bosque para observar e imaginar las estrellas—, en los griegos y su relación con el cosmos, en Copérnico y las esferas celestes, en Galileo asombrado en su telescopio y en las primeras ciudades modernas que fueron apagando gradualmente, con su fulgor, ese misterio que el cielo representaba.
Jacobo Zanella
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Regreso a la Tierra es parte de la colección Disertaciones, de Gris Tormenta, antologías alrededor de un tema debatido por un grupo heterogéneo de voces o alrededor de una pregunta que sugiere una disertación colectiva. Conoce más sobre sus títulos en gristormenta.com/disertaciones.
Escriben: Neil Armstrong, Rodolfo Neri Vela, Anousheh Ansari, Scott Kelly, Chris Hadfield, Valentín Lébedev, Edgar Mitchell, Mike Mullane y Al Worden. Epílogo de Ross Andersen: entrevista a Elon Musk.
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En este blog también publicamos «Cómo se hizo Regreso a la Tierra», un texto en donde el editor narra cómo imaginó la antología y cuál fue el proceso de edición: «Casi dos años y unas mil horas de trabajo nos llevó, a cinco personas, construir la antología, desde los procesos más generales hasta los detalles más minuciosos, casi microscópicos, que están por todo el libro».
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