Regreso a las primeras lecturas
José Manuel Velasco comparte sus lecturas memorables y los libros que construyen su biblioteca personal.
En esta serie de entrevistas alrededor de la lectura, Gris Tormenta desea mostrar a un lector obsesionado con un puñado de libros; una obsesión que invite a otro lector a asomarse a una mente, a una manera ajena de leer, y acercarse a esos títulos que quizá desconozca o no ha leído todavía. ¿Cómo y por qué se desarrollan sentimientos por un libro en particular? ¿Qué provocaciones podemos encontrar en la exposición de esas emociones? ¿Podemos llegar al otro a través de sus lecturas?
¿Cuáles han sido tus lecturas más memorables, los libros que relees o podrías releer?
Le tengo un cariño especial a Albert Camus, a José Agustín y a Philip Roth. Son autores que leí durante la preparatoria y que me llevan enseguida a la sensación de vértigo y asombro que me causaron aquellas primeras lecturas «adultas». Son memorables sobre todo en función de su valor sentimental: El extranjero, por ejemplo, fue un regalo de mi abuela paterna y lo leí mientras me recuperaba de una cirugía; Philip Roth —seguramente leído aprisa y sin mucha comprensión— fue un fiel compañero de mis calenturas adolescentes; y Se está haciendo tarde, De perfil y La tumba —todas de José Agustín— las leí esquivando la censura de los preceptores del Opus Dei.
Por otro lado: siempre vuelvo a Pessoa, a Montaigne y a la filosofía clásica, que no logra quitarme lo banal, porque a pesar de mi devoción heideggeriana me descubro —cada fin de año— curioseando en las predicciones de algún bonito especial de horóscopos y astrología.
¿Cómo sabes cuando estás frente a un texto inagotable; cómo se convierte en un clásico personal?
Aunque a veces soy la víctima perfecta de las mesas de novedades y de los cintillos exaltados, he visto que, cuando realmente estoy bajo los efectos de las bellas letras, suelo tomar el teléfono para leerle en voz alta a algún amigo. Ahora también tomo fotos de párrafos con el celular y los comparto por WhatsApp. Me convierto en un tirano que dice cosas desquiciadas como «¡No me digas eso! ¡No! ¡Tienes que leerlo, por favor! ¡No puedes morirte sin leer El Asno de Oro!».
¿Cuál es el último que has descubierto?
Conjunto vacío, de Verónica Gerber.
¿Cómo lees?
Mayormente en posición horizontal y a resguardo de cualquier interrupción. Ignorando el WhatsApp, alternando capítulos con el insomnio y robándole ratitos a la rutina para evadirme de las salas de espera, del tráfico y de las filas del banco. Conciliando entre la voracidad compulsiva y la calma gozadora. A veces muy concentrado, atento y receptivo, buscando pistas con el lápiz y haciendo apuntes; otras veces sin enterarme de nada, por inercia, como adicto ausente y extraviado.
¿Cómo es tu biblioteca, cómo está catalogada?
Dispersa por toda mi casa. Algunas estanterías obedecen a criterios geográficos, otras a la colección editorial y otras más están acomodadas por género. Tengo una repisa alta con literatura griega y romana, y una sección de barrocos y líricos latinoamericanos, por ejemplo.
En mi cuarto está el librero de mis obsesiones en curso y guiones de obras de teatro. Por allí está un solitario tabicón de López Velarde editado por el Fondo de Cultura Económica; por acá los poemas de Watanabe; y más allá una edición viejita de El libro tibetano de la vida y la muerte. A su manera, el desmadre y el orden están equilibrados.
Un libro que te haya gustado mucho y muy pocos han leído
No creo que sean tan pocos sus lectores, pero yo no he encontrado a nadie con quien comentar Anton Reiser, de Karl Philipp Moritz, ni Bomba camará, del caleño Umberto Valverde.
Un libro raro de tu biblioteca que — sospechas — nadie más en la ciudad tiene
Historias con tangos y corridos, de Pedro Orgambide.
¿Cuáles libros has regalado o podrías regalar muchas veces?
Procuro regalar cosas breves: miniaturas de Marcel Schwob; ¿Fue él?, de Stefan Zweig; La sonata a Kreutzer, de Tolstói; o cualquier noveleta poderosa de esas a las que dan ganas de volver una y otra vez.
Tu editorial favorita
Gris Tormenta y Herring Publishers, que son editoriales de mi ciudad y de las que suelo enterarme de los procesos de armado y publicación de sus libros. Me invitan a sus eventos, he bebido y comido a costa suya, no he pagado por sus libros y —a pesar de esto— sus editores me invitan a responder entrevistas.
Fuera de estas dos, no lo sé, creo que muchas de las editoriales caras podrían estar entre mis favoritas; arriba de los ochocientos pesos ya todo tiene cara de cosa favorita: Acantilado, Galaxia Gutenberg, Pre-Textos, Atalanta.
Tu libro más caro
Tengo un enorme libro de magia que se vería muy bien en la sala de Alejandro Jodorowsky.
Un libro robado
En San Miguel de Allende robé una biografía ilustrada de Nietzsche. Fue un trabajo quirúrgico que habría sido imposible sin la colaboración del Gallo Martínez, un gran artista del semidesierto.
¿Qué te ha dado la lectura o qué ha hecho posible?
Me ha dado buenos amigos en el camino, principalmente. Fuera de eso, realmente no lo sé. Diría que mucho placer, horas y horas de inmenso placer. Sin exagerar te diría que incluso mi forma de caminar está determinada por mis lecturas. He reducido mis dosis de Beckett y Bernhard porque me estaban sacando una joroba. Los surrealistas decían que leer a André Gide más de veinte minutos al día provocaba halitosis; siendo así, resulta escalofriante pensar en los males y las desgracias que se esconden en las mesas de novedades.
¿Tienes algún título de libro favorito?
Los títulos de Boris Vian: La espuma de los días, Que se mueran los feos, Con las mujeres no hay manera, Escupiré sobre vuestra tumba, El otoño en Pekín. Todos esos me hacen sonreír.
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José Manuel Velasco (Ciudad de México, 1986) es escritor, actor y profesor de Historia del Arte. Fue editor de teatro en la revista Chilango y ha escrito en medios como MásporMás y La Ciudad de Frente. Es autor de ¿Por qué poemas? y colaboró en las antologías Ayotzinapa. La travesía de las tortugas y Nuevas instrucciones para vivir en México.
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